viernes, 11 de julio de 2014

¿Y tú por qué cuentas historias?

Le gustaba hablar de la vida, del futuro, de las vacaciones, de historias viejas y tontas. Le gustaba pasar horas y horas divagando sobre todo y sobre todos. Ya casi no la recuerdo, no podría definir su cara, su pelo o su forma de cruzar las piernas.

Recuerdo que me gustaba cerrar los ojos cuando ella abría la caja de Pandora y decidía liberar algunas de sus historias. Era como un ritual, preparaba el zumo, las galletas y se sentaba en una vieja mecedora que crujía en los momentos justos, y yo la miraba embobada desde la cama, esperando que algún día esos cuentos hablaran sobre mí.

Me hablaba de las tardes plagadas de plomo, del asesinato de su padre, de su hermana desaparecida, de una vecina a la que le hacía de niñera y un día llegué a conocer en aquel mismo salón plagado de años de historia.

Me hablaba del chocolate y el queso de los italianos, de las medias tintas, de los buenos y de los malos y de los inocentes que fueron divididos en bandos.

Ella se sentaba en aquel pequeño salón, pequeña, enferma, pero siempre sonriente, esperándome con algún regalo que acabo encargando por teléfono cuando ya no le quedaban fuerzas para salir de casa. Supo encontrar pequeñas historias en las que los héroes y las heroínas eran personas pequeñas. Ella, aunque luchando, se fue antes de que yo estuviera preparada para escuchar su última historia.

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