Doy una vuelta, y otra, y otra, y no hay ni una sola queja. Pero tampoco nadie que me abrace con la fuerza justa para obligarme a quedarme quieta y hacerme sentir a salvo.
Repaso mentalmente las primeras veces, los últimos días, las frases que no te dije y las que no debí decirte, y sigo sin comprender nada.
Al final quizá tuvieses razón, no soy más que una niña pérdida en mitad del invierno.